Un coche circula muy
despacio, incomprensiblemente despacio…
Avanza cual anciano
decrépito por las vastas llanuras castellanas. Ha caído la noche y sus faros
alumbran inhóspitos caminos que conducen a la nada…
Hora de tinieblas, de
confesiones… Los dos viajeros vigilan sigilosamente cada centímetro de la
calzada mientras se prestan a divagar en voz alta sus reflexiones.
Vidas complejas las de
ambos aunque repletas de experiencias. No hay reproches; quizás volverían a
cometer los mismos errores. Lamentablemente su posición en la actualidad dista
mucho de ser equitativa. Ella cree gozar de un bienestar económico conseguido a
fuerza de tenacidad y valentía. Él se lamenta de haber descuidado el suyo
golpeado por circunstancias laborales imprevistas. No obstante, el azar ha
permitido que se crucen sus caminos, sin ninguna lógica explicación.
Una frase de ella
pronunciada desde la más inocente vehemencia, atruena todavía en el obscuro
recuerdo de aquel momento: “estás desprotegido”…
Aquella sentencia, ahora
toma un enloquecido sentido, el despropósito de osar prejuzgar las vidas ajenas desde una falsa y
cómoda posición. La cobardía de valorar lo material por encima de los aprecios
y el Amor.
El presente le ha traído la respuesta envuelta
entre sus solitarios llantos y ha llegado la hora de solicitar el perdón desde
la consciencia de la realidad de su propia y verdadera desprotección. Y un
grito callado vuela fundiéndose en el alma de las nubes de blanca pureza:
¿ME PERDONAS? ¿SABRÁS
PERDONARME AMIGO?”
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